Los carteros son personas dignas, pero si deciden ir a huelga ninguna
relación amorosa se vería afectada porque ya casi nadie envía cartas de
amor, ni de otros asuntos familiares. El 70% de la correspondencia que
reparte el correo nacional son facturas de servicios. Pero los carteros
siguen firmes y algunos ya repartieron más de un millón de cartas, pero
no tienen correo electrónico.
Parece que los carteros dejaron de ser bienvenidos en Asunción por culpa
de los mensajes que transportan, pues desde la aparición de internet y
las redes sociales han disminuido en un 70% las cartas privadas y los
apasionados arrebatos de amor en sobres perfumados fueron reemplazados
por fríos extractos de tarjetas de crédito, luz y agua.
En Asunción,
la ciudad con 520.000 habitantes y un caótico tráfico vehicular, donde
el 70% de la población tiene menos de 30 años, ya casi nadie espera que
el cartero llame a la puerta. Un país que tiene a miles de connacionales
en el exterior, movidos en el pasado por las persecuciones políticas y
ahora por la búsqueda de nuevos rumbos. Donde las cartas sin duda
cumplieron una gran labor
Techi es de la capital, ronda los 50 años y tiene cartas que recibió
en la década de los 80. Piensa que el correo electrónico es un medio muy
frío, nada que ver con esas cartas de amor que producen taquicardia.
Para ella, abrir un sobre con perfume es disparar la imaginación, estar
con la persona ausente, forzar a que el reencuentro exista.
Para
otras personas, la superación de las cartas es un beneficio. Susana
Vázquez –de 68 años– utilizó intensamente las cartas, también en la
década del 80 cuando vivía en Europa, para comunicarse con sus hermanos,
su novio y amigos. “Antes se vivía esperando, pero ahora ya no”,
resume. Opina que se pueden extrañar algunas cosas de las cartas, pero
en general ahora es más fácil acortar las distancias. A lo mejor se
puede extrañar esa carta perfumada o una flor que llegaba con la misma,
ya que esas cosas ya no existen”, dice.
Ramón Samaniego es uno de
los 90 carteros que trabajan en la Dirección Nacional de Correos del
Paraguay, tiene 50 años y ha repartido alrededor de un millón
trescientos mil cartas en 31 años de oficio, unas 120 por día, pero
paradójicamente el hombre que vive para transportar información no tiene
correo electrónico y no le importa vivir sin Facebook o Twitter.
Sentado
en la oficina ubicada sobre la calle Benjamín Constant, entre 14 de
Mayo y Alberdi, ostenta una sonrisa amena y reivindica su oficio de
cartero argumentando que antes del surgimiento de los modernos medios de
comunicación, las cartas eran la vía para tener noticias sobre los
seres queridos. Se amaba, se sufría o gozaba, dependiendo del contenido
de ese pedazo de papel que se deslizaba bajo las puertas.
La
entrega de cartas se hace a pie y, según Julio Samaniego –otro cartero
con 20 años de antigüedad–, hay cosas que internet no puede suplir. Cita
el caso de una señora que trabaja en el Ministerio de Obras Públicas y
Comunicaciones y que desde hace por lo menos 10 años, y hasta ahora,
recibe cartas de su hijo que está en Italia. El mismo fue para trabajar
pero cayó preso. Desde entonces le escribe a su madre desde una cárcel.
Según
Julio, puede ser que algunas personas oculten su verdadera personalidad
a su novia, esposa e hijos, pero frente al cartero son espontáneos:
sonríen como si hubieran ganado la Copa del Mundo o maldicen el mensaje
y, por añadidura, al cartero.
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