FOTO. CLEMENTINO OCAMPOS |
El poema de Clementino Ocampos, basado en su propia experiencia,
sobrevive en el tiempo. Convirtió lo particular en universal. Y denuncia la
injusta distribución de la riqueza. La tarde caía con un apuro no común. Las
horas no le rendían culto, aquel 5 de enero -de 1945 talvez -, a la lentitud.
No corrían sino que volaban. Es que el poeta y sastre Clementino Ocampos
(nacido el l4 de noviembre de 1913 en San Lorenzo del Campo Grande), en
Asunción, esperaba, ansioso entregar un traje a la medida. Más que entregar, lo
que quería era cobrar a su cliente para que su hija Ramona Belarmina, de 3
años, tuviera un regalo de Reyes.
La noche llegó antes de lo acostumbrado. El
cliente, sin embargo, no apareció. La decepción se apoderó del que tenía
puestas sus ilusiones en aquel hombre que no cumplió su palabra. La suerte
estaba echada: su primogénita no tendría el regalito que aguardaba con tanta
ansiedad.
Al día siguiente, en la casa del poeta, la niña
amaneció sin su obsequio. Pudo tal vez haber puesto sus zapatitos en la
ventana, lo mismo que el agua y el pasto para los camellos, como un gesto de
cortesía para los visitantes venidos de tan lejanas y misteriosas latitudes. Lo
cierto es que con la mañana a la criatura le crecía una inmensa tristeza.
Qué malos son Los Reyes: a mí no me trajeron
nada!- le comentó Ramonita a su papá. Impresionado por el episodio, Clementino
tomó la anécdota y escribió 6 de enero. Demoninador de su arte, buscó las
figuras necesarias para convertir lo particular -su caso- en universal -algo
que a cualquiera le puede suceder, en cualquier parte del mundo-, y escribir
una poesía que sobreviviera en el tiempo.
Pronto el poema se popularizó. Maxima Lugo,
Diosnel Chase, José L. Melgarejo y otros lo llevaron, como recitado, a los más
alejados rincones del país. Le gustaba a la gente. Era el drama del huérfano
pobre e inúltilmente virtuoso que se quedaba sin regalo, censuraba la maldad de
Los Reyes y le reclamaba a su madre la reparación de la injusticia. Era y es,
también, más allá de lo que estrictamente dice la letra, una denuncia de la
injusta distribución de la riqueza.
Llegó la revolución de 1947. Clementino, que no
quería derramar la sangre de sus hermanos, eligió el exilio. Y con su tijera,
su centímetro y su máquina de coser instaló su sastrería en Formosa, para
seguir dando de comer un pan honrado a su familia.
Por allí, un día cualquiera, pasó Martín
Escalante, que por entonces todavía no cantaba con Carlos Quintana (era el dúo
Pérez-Quintana). Le pidió 6 de enero para ponerle música. Poco tiempo después
la obra estaba completa. Y los versos musicalizados recorrían los caminos para
impresionar a los insensibles y conmover a los sensibles.
Cada vez que se aproxima el 6 de enero, la
composición, se convierte en un himno. En cuatro estrofas pinta un universo. Y
la tragedia de ese niño "más bueno que Antonio y Andresito" sigue
siendo el de muchos niños golpeados por la injusticia.
por: Mario Rubén Álvarez
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