En un Congreso de Educadores realizado en Paraguay en el año 1915, se
resolvió establecer como el Día del Maestro el 30 de abril: vísperas del
Día del Trabajador. En nuestro país, el 30 de abril celebramos la gran
contribución hecha por los docentes al preparar a las futuras
generaciones del Paraguay para una vida productiva. Recordamos también
con gratitud a los maestros paraguayos que han dejado inscrito su nombre
en la historia de la educación por su labor generosa: Delfín Chamorro,
Pedro Escalada, Ramón Indalecio Cardozo, Inocencio Lezcano, Adela y
Celsa Speratti, Asunción Escalada y otros.
ORACIÓN DEL NIÑO A SU MAESTRO
Maestro, tú que has de plasmar mi alma y modelar mi corazón, compadécete de mi fragilidad.
No me mires con ceño adusto si no te comprendo, ten paciencia.
No te moleste mi bulliciosa alegría: ¡compártela!
No atiborres mi débil inteligencia con nociones superfluas.
Enséñame lo útil, lo verdadero, lo bello.
Trátame con dulzura, Maestro, ahora que soy pequeño.
Cuántos dolores me esperan en la vida: en medio de ellos, el recuerdo de tu benevolencia será estímulo bienhechor.
No me riñas injustamente... Ámame, Maestro, que yo también, aunque no sepa demostrártelo, te amaré mucho, mañana más que hoy.
Cultívame, Maestro, como un jardinero sus flores.
Y yo perfumaré tu existencia con el incienso perenne del recuerdo y la gratitud.
Maestro, buen Maestro, que has de dar luz a mis ojos, aliento a mi cerebro, bondad a mi corazón, belleza a mi alma, verdad a mis palabras, rectitud a mis actos;
¡Maestro, no desoigas mi oración!
(Por el padre sacerdote, Walter de Jesús Zapata Velásquez).
Maestro, tú que has de plasmar mi alma y modelar mi corazón, compadécete de mi fragilidad.
No me mires con ceño adusto si no te comprendo, ten paciencia.
No te moleste mi bulliciosa alegría: ¡compártela!
No atiborres mi débil inteligencia con nociones superfluas.
Enséñame lo útil, lo verdadero, lo bello.
Trátame con dulzura, Maestro, ahora que soy pequeño.
Cuántos dolores me esperan en la vida: en medio de ellos, el recuerdo de tu benevolencia será estímulo bienhechor.
No me riñas injustamente... Ámame, Maestro, que yo también, aunque no sepa demostrártelo, te amaré mucho, mañana más que hoy.
Cultívame, Maestro, como un jardinero sus flores.
Y yo perfumaré tu existencia con el incienso perenne del recuerdo y la gratitud.
Maestro, buen Maestro, que has de dar luz a mis ojos, aliento a mi cerebro, bondad a mi corazón, belleza a mi alma, verdad a mis palabras, rectitud a mis actos;
¡Maestro, no desoigas mi oración!
(Por el padre sacerdote, Walter de Jesús Zapata Velásquez).
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